martes, octubre 17, 2006

Shock



Amo a un fantasma. Amo a un recuerdo. Amo, porque olvidarlo es aún más doloroso que amar. El miedo me consume por el simple hecho de escribir esto. Amo a un ser etéreo, inexistente, muerto. La propia palabra me tensa la piel. Muerto. Muerto, como nuestro amor. Es la lucha de mi mundo con el suyo y el eterno sollozo de quien nunca se decide a echarse a llorar. Lágrimas de desesperación absoluta que hacen que aprietes las mandíbulas, que agarrotes tus manos, que cierres los ojos con tanta fuerza que duela. ¿Duele? Te lo mereces. Ahora puedes autoflagelarte por todos tus errores, porque ha muerto. La pérdida de un ser querido es posiblemente una de las experiencias más traumáticas de la vida. El cuerpo se te congela, entras en estado de shock. Quieres negar la realidad, salir de ahí, y mandar al puto psicólogo a la mierda por su jodida terapia de choque. Porque vives en el recuerdo. Y te está matando.

Quieres añadir la última cicatriz a tu vida. La única que perdurará en tu cuerpo y no en tu espíritu. Una cicatriz visible (o no) que nunca tendrás que sanar, porque después, no habrá nada. Desearías soñar. Dormir y soñar. Soñar para poder completar tu vida, aunque sea en una mentira. Porque no puedes afrontar la pérdida. Es un grito tan silencioso que aterra, un llanto tan imperceptible que asusta. No asumes el momento, ni la situación. ¿Cómo vas a hacerlo? No puedes. Mejor el recuerdo. No quieres siquiera intentarlo, porque sabes que eso te matará, como a él. Y alguien tiene que ser fuerte. Pero es tan difícil cuando arrancan una parte de ti...

Lamería su sangre, cerraría sus heridas con mis manos, mataría y daría mi vida, si con ello renaciese. Sacrificaría cada pensamiento, cada sentimiento, cada principio, es pos de su felicidad. ¿Te castañea la mandíbula? Te jodes. "Ahora aguanta y sé fuerte". Y lo haré. Aguantaré porque en un momento impreciso de mi vida, e inubicable, se lo prometí. Y no importa qué valor tenga esa palabra, porque yo le doy un valor muy superior a la vulgaridad de la promesa. Pero ha muerto. Y yo lo estoy negando. Lo niego porque sé que un resquicio de su alma sigue viva. Por muy pequeño que sea. Y eso me hace llorar. Incapaz de asimilar algo tan horrible.

El corazón se me ha hecho microscópico, y el shock aún fluye por todas las conexiones de mi cuerpo. Me aterra abrirle al mundo mis sentimientos, no los merecéis. Pero es por él. Y él sí lo merece. Por cada momento de felicidad que me dio, por cada abrazo que marcó en mi espalda. Por cada palabra de aliento, por cada lágrima, por cada sonrisa. Lo merece por todo, y por más.

Te odio vida. Te odio. Él se ha ido, y tú lo único que me brindas son noches iguales, pensativa, donde un ente invisible trae su recuerdo y me encorvas la espalda, tensas mi cuello y dificultas mi respiración. Para morir un instante, con él. "O los dos o ninguno". Y viendo la situación, lo único que puedes hacer es llorar. LLORAR. Algo que todos sabemos que no sirve de nada.

No volverá. Persigo un recuerdo. Pero mi alma me dice que luche, que luche con todas mis fuerzas por lo que no será. Porque él vuelva. Porque vuelva aquella persona que simplemente escuchándome sabía calmar mi angustia. Porque vuelva la persona que más especial me ha hecho sentir jamás. La persona, la gran persona, con la que he vivido tantas cosas y a la vez tan pocas... Maldita vida, maldita tú, maldita la distancia que has impuesto desde siempre.

Culpabilidad. Esa palabra navega por mi mente como un rótulo fosforescente, fustigándome. Porque me lo merezco. Por el daño que le hice. Por mi frialdad. Por todo. Porque ha muerto y no he podido salvarle.

Porque yo le maté, o al menos le empujé a ello.

lunes, octubre 16, 2006

Frialdad


Un paraje helado. Un frío que se mete en los huesos y te cala muy hondo. Alguien dijo que el frío hacía a uno sentirse vivo... No en esta ocasión. Es una sensación tan gélida que apenas puedes moverte, y lo poco que avanzas se transforma en un lento y cortante desliz. En el momento en que algún tipo de fuerza ejerce como freno, un sonido chirriante te rompe los tímpanos. El vaho se solidifica practicamente al abandonar tu boca. Pero al menos sigues vivo.

Vuelves a estar a solas con tu mente, y notas como la fiebre te aumenta al notar su presencia. Tu presencia. No sabes si sientes miedo, angustia, o qué. Sólo sabes que sientes el vacío. Nada. De hecho incluso sonríes al apreciar que la frialdad se ha a apoderado de ti, te gusta. No estás movido por el dolor, quizá sí. Pero lo dudas. Más bien es la ausencia de dolor lo que te aturde. Por un momento notas tus nervios, y tienes ganas de huir, pero tus pies se han solidificado al intentarlo y se han solapado a la superficie de hielo. Callas gritando con la mirada. Abres bien los ojos. A lo lejos hay un gran espejo, necesitas verte.

Tus labios están azules, tus ojos casi grises y tu piel, blanca y mortecina. Eres una belleza helada. Patinas, decides dejarte llevar, y haces piruetas y florituras al compás de un réquiem. Es una imagen tan exquisita como melancólica. Todo es arte a tu alrededor. Versiones gélidas de los mejores pintores, esculturas grotescas que te impactan y te encantan... Mal asunto, tienes espectadores. Su palpitante calor vivaz te llama la atención, te detienes, y los contemplas. A punto estuviste de caer. Alguien se acerca, entra dentro sin ser invitado, aunque tampoco se lo impides. El ambiente da un giro, ya no es helado, pero aún queda mucha escarcha. No puedes patinar, está todo fragmentado. El recién llegado trata de reconstruir, a su modo y al tuyo, una nueva pista. Le sangran las manos y eso te inquieta. Su intención es buena, la tuya también. De repente una maraña de sentimientos vuelven a hacerte vulnerable, y vuelves a sentir miedo. Ya no eres etéreo. Tienes calor, y el calor te gusta, pero prefieres el frío, tu frío.

Esa persona se va. Algunos se quedan, quietos, contemplándote.

Una mirada al espejo, y sigues patinando.
Esa es la auténtica frialdad.

Llora...


En una habitación de hotel se puede hablar de muchas cosas. Es un ambiente selecto para las confesiones de dos personas que no se ven hace años y que por algún motivo se abren por escasos segundos ante la otra. El tono lúgubre de la habitación no apela al optimismo. Cristales esparcidos por el suelo, a los pies de la cama, no son un buen presagio. El vaso se ha roto y tú lo has visto en fotogramas, pero sólo en tu mente, a través de su sonido. No llores aún. Sangre, y un golpe en la nariz. Puede que no fuese intencionado, pero era doloroso. Como ese amor. Ese cariño. Inocente, pero doloroso; sincero, y cortante, como el vidrio incrustado en mi planta del pie al levantarme y pisar de lleno los añicos... Secretos, declaraciones prohibidas, censuradas. Un círculo de fuego azul que quema. Palabras que pinchan al corazón y desgarran las entrañas, promovidas por la impotencia. Llanto, miles de lágrimas sinceras y amargas, contenidas en un pequeño frasco ocular. Los nervios a flor de piel, arrancando el papel pintado de las paredes con la mirada. Un abrazo tan protector que sólo te da paso a quedarte inconsciente. Un abrazo que jamás se irá de tu mente. Que te repetirá ese día, cada vez que alguien imite tan sublime gesto. Una voz cálida trata de envolverte en su dulce manto con éxito paulatino. Un beso, dos. Caricias de consuelo alrededor del pelo. Una mujer desmayada en brazos de un hombre, presa de una tristeza de origen incierto. Agotada, débil, vulnerable. Una imagen esperpéntica, en la cama de un hotel.

Ya puedes llorar... Llora porque ese puede ser el último recuerdo que tengas de él. Llora porque ese abrazo te hizo sentir tan querida que hizo que todo mereciese la pena. Llora por él. Por el pasado. Por lo que no volverá jamás. Por el vacío. Ya puedes llorar, hazlo como si te fuese la vida en ello. Siente ese nudo en la garganta que te lo está impidiendo, esa tensión en la cara que no te deja derramar una sola lágrima. Llora. Llora. Llora. Aunque estés seca.

Un cariño que nunca unirá.

Dos personas que se quieren y jamás estarán juntas.

Dos tipos distintos de reglas...

Dos juegos.

domingo, octubre 15, 2006

Confusión


Éste es mi mundo, no el tuyo. Esto es unilateral, tú no estás dentro. Por mucho que intentes meterte. Algunos buscáis entenderme, lo necesitáis, necesitáis ver que estoy igual de loca que vosotros, igual de colgada, que los violines de mi vida chirrían, y están tan desafinados como los vuestros. Lo siento, pero es sólo lo que tú quieres, no es lo que es. Tengo fuerza y necesito demostrarla, tengo que demostrármelo a mí misma, no a ti. El psicólogo académico diría que tengo una "lucha interna", el no académico social (es decir, el vox populi) ni siquiera lo tendremos en cuenta. Al fin y al cabo no me importa, ni tampoco el profesionalizado.

No es la psicología, es la vida. Tratamos de hallar una respuesta que nos solvente todas las dudas. No lo conseguís, y os jode, os ahogáis en vuestra propia miseria o dejáis de cuestionaros nada. Os molesta tanto que haya personas preparadas para afrontar una vida sin contestaciones, sin manual, que lo único que se os ocurre es tener lástima, envidia y un poco de odio. ¿Ya te estás dando por aludido? Eso depende de ti.

No sé por qué mido mis palabras. En realidad, no me importas lo más mínimo. Asumo que sois incapaces. ¿De qué? Contéstate tú mismo. El psicólogo no académico social diría que soy "prepotente, con un grave conflicto interno que trata de enmascararse mediante la provocación y el desprecio". Como siempre se equivoca. ¿Por qué? No creo que lograses entenderlo.

Me encanta contradecirme. Confundirte. Y aunque no lo haga, con el simple hecho de que te lo diga, lo conseguiré. Conseguiré que tú te pierdas. Y me encanta. Soy libre. Tú tienes miedo a la libertad. Yo la toco, la palpo, y la quiero. Pero con límites, se los pongo yo, ella es el caballo enfurecido y yo el áuriga que lo doma.

Eres pequeño, porque te sientes pequeño.

Todo está en tu mente.

Te angustia.

Una persona que admiro mucho me comentó: "Necesitamos encontrar a alguien que nos entienda, para así no creer que estamos locos, no sentirnos solos".

Te da pánico.

Te engañas, pero te da pánico.

Tienes pánico de quedarte a solas con tu mente.

sábado, octubre 14, 2006

En su punto de acidez


Aún quedan 20 minutos de tranquilidad, antes que el desasosiego me controle. Después vendrá la mejor manera de causar buena impresión y alegrar una sonrisa. Demostrar a él y al mundo, y sobretodo a ti misma, que no les necesitas. Ser el personaje principal de tu obra, llevar las riendas… Nuestros psicólogos no académicos sociales dirían: “esa es una conducta de apariencia, es simplemente una máscara de autodefensa y negación de la realidad, es decir, que necesita ayuda y no tiene seguridad”. Palabrería barata, filosofía mundana. En una palabra: Borreguismo.

He decidido ampliar mi hora de cupo en 10 minutos, y de nuevo vuelvo a tener 20 minutos de tranquilidad. He invertido 10 que ya no se notan en una conversación conmigo misma, y no contigo, lector que no eres más que un mero oyente que luego sacará sus propias conclusiones (a través de prejuicios, por supuesto). Éste es mi grito contra el mundo y lo diré bien alto. Amo a las personas, odio a la gente. No, ni siquiera os doy el gusto del odio, directamente os desprecio. Éste es el lamento de mis entrañas, lo que siempre queréis saber y nunca os alcanzo. Ese bote de galletas que mamá ponía encima de la nevera. Ni siquiera las habíamos probado pero dábamos por hecho que eran dulces y ricas. ¿Cómo sabes que no has pasado tanto tiempo esperando a crecer para alcanzarlas que se han ranciado? (o al menos a tu gusto). Esto no soy yo, esto es mi vida. La gente de mi alrededor, ese aullido que doy por los que son parte de mí, por la gente que sufre, porque no me es indiferente. Soy una ilusa, y creo en un mundo mejor, pero un mundo mejor es un mundo sin vosotros. Conozco gente que diría que deberíais organizar un suicidio colectivo.

Éste es mi propio esperpento, mi propia visión, tan distinta a vosotros. Porque sí soy diferente. Porque me esfuerzo en ello cada día. Porque me niego a ser como vosotros. Porque adoro a los humanos, y me enorgullezco de serlo, pero odio a los que denigran la misma palabra. Porque puedo morir mañana. Porque no necesito porqués. Por todo eso. Por mí, no por ti. Por el mundo. Por las personas.

Porque aún me quedan lágrimas que derramar de alegría y de pena. Por la fortaleza. Por todos los héroes. Por los espíritus libres. Las almas desenjauladas. Y los que me quedan por conocer…

Quiero dar este mensaje al mundo, quiero que sea hoy y ahora, aunque sólo me queden 5 minutos de tiempo. Quiero deciros que me siento viva. Que estoy viva. Y lo aprecio a cada instante. No me importan los latigazos, si soy fiel a mí misma. Estoy aquí y puedo conseguirlo. Puedo conseguir lo que me proponga y lo haré.

Por mi juego y por mis reglas.

Y sobretodo…

Sobretodo por el arte. Por todo lo maravilloso que hay en el mundo. Por la libertad. Por el pensamiento. Por las pasiones.

Porque puedo morir mañana.

Por dejar una huella en los mejores bulevares del mundo: los corazones de las personas.

Por todo eso, por más.

Por la vida.