
Hay ciertos sonidos que son iguales, estés en la ciudad que estés. El ruido de los coches, las ambulancias, la policía... Y por un fugaz segundo... puedes cerrar los ojos y transportarte mentalmente donde quieras. Dejar que una lágrima de emoción te recorra el rostro mientras recuerdas los buenos momentos. Y algunos no tan buenos... Una persona incomprendida en una ciudad demasiado conocida. Llegó el momento de ser incomprendida en una ciudad desconocida, al menos no espera que nadie la entienda allí. Tampoco le importa. Sus posibilidades, su rol, ahora es otro. Es el momento de controlar el áuriga de su vida.
Camina entre su niebla y la lluvia. Se embriaga del aire que respira. No es sino libertad que se cuela dentro, como una sensación de paz, de levitación. Y pequeños rayos de esperanza que se cuelan entre las paredes blancas y las columnas amarillas. Siente que se repite, pero simplemente trata de perfeccionar la nueva receta que ahora bate en su cabeza. Aunque falta algo... O sobra algún ingrediente. O tal vez, hace una combinación peligrosa. No lo sabe, pero se atemoriza, le asusta su futuro. Lo observa, frunciendo el entrecejo, sin entender por qué el camino sigue. Ni a dónde va. Y, la verdad, es que generalmente le es indiferente. Tiene sus objetivos momentáneos, pero calculados. Y siempre le han servido. Pero las voces dicen que es el momento de cambiar...
Dicen que debe callar, en duelo, a toda voz de su interior ajena a su realidad.
¿Y qué realidad?..
... Entonces sonríe, en un gesto de satisfación por su conclusión: "Ya vuelvo a tener diálogos profundos con mi mente, je... ¡Serás farsante, pilliiiiina!"